martes, 17 de mayo de 2011

Renuncio¡¡¡¡

Cómo nos cambia la vida cuando somo padres¡ A que si? A todos claro, hombres y mujeres, aunque la percepción es bien distinta entre unos y otros, prueba inequívoca de que los hombres y las mujeres somos completamente diferentes, por mucho que se empeñen "Aído and company" en igualarnos.

El otro día escuché una conversación que me llegó al alma:
Unos chicos, hombres o señores, como prefiráis, de unos cuarenta tacos, estaban comentando con verdadera angustia:
- Yo, de verdad os digo, he renunciado a muchísimas cosas por ser padre.
- Ya apenas veo alguna carrera de Fernando Alonso
- Es cierto, y las motos, ni me acuerdo de cuando las he visto, con lo que a mí me gustaban..

Lo decían con cara de pena, porque es cierto que si eres un apasionado de los deportes de motor, y no puedes ver las carreras, te fastidia mucho. Yo lo entiendo. Seguí oyendo lo que decían, porque me dió pena que otro se lamentara, y con razón, de que ya no podía ir a San Mamés a ver al Athletic o que desde que nació su hijo sólo podía ir muy de vez en cuando a jugar al padel.
Que habían tenido que renunciar a levantarse los sábados a las once, porque su hijito jugaba con el cole a las nueve de la mañana, o que ya ni siquiera intentaban echarse una siesta de más de veinte minutos porque su niña se levantaba de la siesta como un reloj para jorobarles su momento.
Y por supuesto, la renuncia más gorda es que en vez de un deportivo todos tenían ( y tienen)  un todo terreno porque las maletas y las sillitas no les cabían en el Mini.

Es cierto. Tienen razón y no seré yo quien se la quite.

Las mujeres también podríamos decir algo semejante.
Lo que sucede es que jamás lo haríamos. Ni por asomo, ni por nada del mundo.

Una mujer jamás dirá que ya no ve "Amar en tiempos revueltos" porque coincide con la hora de salida del niño,  o que ha renunciado a ver una película entera porque tiene que hacer los deberes con los críos, o que ya jamás podrá volver a ir a hacer aerobic porque no hay nadie que le cubra ese rato.
Jamás se quejará de que ya no se puede pintar las uñas, porque haciendo purés le duran un día, o que ya no lleva escotes, porque después de dar de mamar se le han quedado los pechos como dos pimientos, y tampoco se atreverá a protestar porque le sobran diez kilos del tercer embarazo en el que tuvo diabetes y que no consigue bajar, o comentará que no puede ponerse bikini porque tiene una cicatriz de la segunda cesárea que le llega hasta el ombligo.
Nunca dirá a nadie que ya no lleva pantalones ajustados porque se le nota la compresa para las pérdidas de orina, y ni por todo el oro del mundo se quejará de las calvas del pelo que le dejó la lactancia.

Y tampoco, señores, dirá nada sobre la pérdida de aquel ascenso en el curro, porque pidió reducción de jornada, o de cómo tiró a la basura toda su vida profesional por seguir a su marido por todo el país mientras tenía tres hijos.
Ni se quejará de que nadie le de las gracias por estar las veinticuatro horas del día pendiente de su familia, sin fines de semana o vacaciones en Agosto.
Ni llorará delante de sus hijos por lo frustrada que se siente, cuando su hijo le grita que la odia por no dejarle ir a un cumple, o cuando su marido le escupe que está muy ocupado para atender a sus asuntillos domésticos.

Y no lo hará, no porque no sea cierto, como lo de los hombres,que lo es, no porque no tenga ganas, que las tendrá, sino por vergüenza torera.
Porque esa fue su elección y es feliz con ella, o no pero es lo que hay.

Ni más, ni menos.


                                                     Qué tiernos.......

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