Este fin de semana, por fin he ido a la playa con todas las de la ley. O sea, en plan verano, y a pasar tantas horas como mi cuerpo aguante. Que en honor a la verdad, debo de estar haciéndome mayor, porque antes era capaz de estar veinticinco horas sin moverme, vuelta y vuelta, como un pollo, y ahora al rato ya me duele todo y no puedo con la caló, el sudó, y las "loricas" de los pié.
Además me las ingenié, para que mi negativa a ir con toda la family ( marido, hijos y suegros) a pasar, esta vez de verdad, veinticinco horas en la ría pescando, no pareciera en realidad una negativa, sino un favor que les hacía yo, que soy super maja, en dejarles ir solos a sus anchas, a pescar, en vez de ir conmigo a tomar el sol.
Y es que lo siento, pero la perspectiva de pasarme todo el día al sol en el fango, con las chanclas puestas, porque si no se te ponen los pieses más negros que si bailaras claqué en chapapote, mientras ves, sin participar, cómo tus hijos sacan gusanos del barro, para pescar unos pececillos incomibles y unos cangrejos que meterán en una bolsa de plástico que se moverá sola ( qué dentera, por favor ),en tu cesto monísimo de la playa, pues lo cierto es que no me sulibeya, nada.
Entiendo que por supuesto el que lo ha hecho toda la vida esté encantado con el plan, y debe ser genético, porque mis hijos están entusiasmados y se pasan horas y horas con la caña, pero yo soy más del Sardinero, de playa urbana que se dice, de heladito y revista.
La que se ha mimetizado con el entorno, y tampoco le pega nada es mi suegra, que siempre va arregladísima a todas partes, incluida la ría fangosa, con sus uñas pintadas, sus chanclas de lujo, y su vestido de Betty Misiego, pero, curiosamente, le gusta mucho y disfruta viendo a toda la familia reunida en tan afanosa convivencia.
Además, mi suegra, como todas las señoras de cierta edad y envergadura, ha desarrollado la imposible habilidad, de poder estar sentada, a lo silla turca, diez horas, sin apoyar la espalda ni las manos, cosa que el resto de los mortales no podemos igualar de ninguna manera, porque en dos minutos tienes ya los riñones al Jerez, y se te han dormido las piernas, que habías cruzado para dar algo más de estabilidad a tu inconcreta postura.
Otro tema que yo no puedo superar es la comida. Yo debo ser muy simple, pero a mí a la playa me gusta llevar un bocata o fruta, y ya comeré más tarde en casa si tengo hambre.
Pero no todos somos iguales, y hay gente que adora el tema tartera. Y yo no puedo soportarlo.
Eso de intentar comerte un filete empanado, más seco que la mojama, en un plato de plástico apoyado sobre tus rodillas, con un cuchillo que parece del set de comiditas de las Barriguitas (o sea, que no corta, vamos), es superior a mis fuerzas. Y cuando estás a punto de coger el maldito filete con las dos manos y comértelo como en la edad media, te ofrecen unos pimientitos fritos, con su aceitito, y lo que es peor, sobre un triángulo de tortilla de patata que se balancea peligrosamente sobre una rebanada de pan, manifiestamente más pequeña que el trozo de tortilla, lo que significa, que se te va a caer, quieras o no.
No puedo, lo siento, es incomodísimo. Por lo que al final opto por no comer nada, con el pretexto de no tener hambre, que es, por supuesto, mentira. O piensas en comer algo de fruta, que es en realidad lo que te apetece. Entonces te sacan el melón, entero, y el famoso cuchillo de las Barriguitas, y decides que ya comerás en casa.
Y todo esto amenizado, con su vinito, o si estás en Andalucía con su rebujito, que sólo de mentarlo ya te marea.
De verdad, repito, que los que lo han hecho siempre así, no entenderán que una pija antipática se vaya con un bocadillín a la playa, pero que conste, que esta pija lo ha intentado, y que ha comido hasta chicharrones en la playa, bajo un tenderete de tres por dos, con una copa de manzanilla en la mano y su trozo de pan de pueblo en la otra, a cuarenta grados a la sombra. Y no, no puedo, prefiero la nectarina, soy así de sosa.
Bueno, pues tras dejar a mi familia en su maravillosa jornada acuático festiva, mi jornada playera y solitaria también fue estupenda.
Tuve algunas dificultades, como no, pero fueron resueltas sin más consecuencias.
La primera fue encontrar un sitio donde colocar la toalla, sin, a poder ser, meterle el pie en el ojo a alguien previamente tumbado, pero después de quince minutos andando por la arena abrasadora, pude extender mi toalla.
Lo que sucede es que no me dio tiempo a ver si los que estaban a mi alrededor eran de playa habitual o de domingo al sol, y eso, aunque parezca una bobada te puede hundir el día, y a mí me tocaron ( castigo de Dios por no irme a la ría con mi familia) los domingueros más domingueros del mundo mundial, con su nevera, sus filetes empanados, los pimientos (con los que sufrí lo indecible por el temor a que me cayeran en la cabeza) y por supuesto el melón.
Ah¡ y claro, la señora en modo silla turca, por la que pasaron uno detrás de otro todos los miembros de la familia a que les embadurnara de crema ( y el término embadurnar es el más propio que he encontrado).
Los señores sobre todo, que tienen los brazos cortos a propósito, para no poderse poner crema ellos solos, se arrodillaban ante la señora que les pintaba la espalda de blanco y les decía: !Ala¡ que ya se irá absorbiendo¡.
Fue muy ameno.
Así que para escapar un ratito, decidí darme un baño, pero el agua estaba donde Cristo dió las tres voces, así que cuando llegué a la orilla, se me había olvidado por completo qué hacía yo allí, y me bañé porque en realidad me estaba haciendo pis, y cualquiera volvía a buscar un chiringuito...
Y al volver a la toalla, ya seca, después del paseo, la excursión de los espaldas blancas se había extendido y yo no podía tumbarme sin realmente poner los pies encima de la nevera con el melón.
En fin, fue un día intenso, realmente, y nunca reconoceré ante mi marido y mis hijos ( y of course, ni muerta ante mi suegra) que casi eché de menos la tranquilidad de la ría, los filetes empanados ( bueno, eso no, que ya lo tenían los de al lado), y sobre todo la compañía, que estar sola escuchando sin parar las conversaciones ajenas, es muy aburrido.
O no?
Más o menos como estaba yo, qué tranquilidad......
Tengo un dolor de barriga XL de la panzada de reír que me he pegado leyendo el artículo. Genuino. En Cádiz diríamos... "caletero".
ResponderEliminarEso sí, no puedo evitar recordarte que existen esas playas kilométricas con más de cien metros de anchura en bajamar: Palmar, Mangueta, Zahora...
Eso sí, con viento de Levante a veces y en domingo mejor no ir. ¿Inconveniente? Recorrerte mil y algo kilómetros para ir a la playa.