Hace unos días leí un artículo que me hizo mucha gracia. Explicaba las visicitudes de una chica (Treinta y... Diario de una treintañera) que intentó, debo decir sin éxito, acostumbrarse al uso de la famosa "copa menstrual".
La explicación era ciertamente gráfica, pero escrita con bastante gracia.
Y si me quedaba alguna duda (que no es el caso) de que yo jamás, y cuando digo jamás es jamás, probaré semejante artilugio, esas dudas se esfumaron por completo.
Lo compartí entusiasmada en Facebook y alguien comentó que si hace 25 años hubiera existido internet y nos hubieran dado una explicación similar sobre los tampones, quizá seguiríamos todas usando compresas. Y tenía razón.
Así que voy a intentar no ser muy escatológica y explicaros con pelos y señales, mi primera experiencia con un tampón. Hace ahora 29 años. ¡¡Toma ya!!
Tenía 15 años y estaba estudiando en Inglaterra. Me acompañaba mi prima de 13, que era muy moderna porque era de Madrid. Yo era de provincias. Por eso todas las novedades en ropa, maquillaje e incluso en bebidas exóticas como la "leche de pantera" o guarradas similares, me las enseñaba ella.
Yo tenía unos 15 años de libro. Llena de complejos y prejuicios y con una regla dolorosa, inconstante e impuntual, y más caudalosa que el Delta del Ebro.
Pero las de provincias otra cosa no seremos, pero valientes un rato, así que la sufríamos en silencio y sin comentarios, que era de mal gusto. Como mucho tomábamos una "Saldeva", que era un milagro de la ciencia y nos permitía salir de la cama y poder hacer vida "normal".
Como era habitual, mi menstruación apareció sin avisar, y me pilló en casa de la familia inglesa de mi prima "la moderna". En la mochila llevaba una compresa de esas que eran más gruesas que los Pilares de la Tierra, y mi prima me ofreció un tampón.
-¡¡Uy!! Yo no se usar eso. No me lo he puesto nunca.
-Tranquila boba. Es facilísimo. Empezaremos con uno mini que es más pequeño. ¿Tienes un espejito?
-¿Un espejito? ¿para qué?
-Pues para ver por donde te tienes que meter el tampón.
-¡Ah, claro!😲
Y me dio toda la explicación:
-Tú te miras los bajos y verás dos agujeros, el del pis y el otro. Pues por el otro. Que no me acuerdo si es el de más arriba o el de abajo, pero se ve claro, no te preocupes.(Esa explicación me tranquilizó sobremanera).
Pues vale. Ahí entré yo al baño, con el tampón en una mano y el espejito en la otra.
He de reconocer que jamás me había mirado con un espejo en semejante parte hasta ese momento, así que fue todo un descubrimiento. O no. Según se mire. Porque yo no veía nada de nada. Lo de las ingles brasileñas aún no se había inventado, no se si me entendéis, así que yo estaba como las revolucionarias de la "Vida de Brian".
Con lo cual, mi primer escollo fue indagar en mi propia frondosidad hasta encontrar el boquete y asegurarme de que no me iba a meter el tampón por la uretra.
Si, sí, reíros, pero ese era el mayor miedo de las principiantes en esas lides.
Una vez reconocido el terreno, me dispuse a meterme aquel invento del demonio. Sudaba como si llevara media hora haciendo running (footing en aquella época) y me temblaba la mano como si tuviera Parkinson (ay, como Michael J. Fox, que era también de esa época). Pero llegados a este punto no podía echarme atrás.
Introduje el tampón en mi vagina. Bueno, lo intenté, porque aquello se quedó por la mitad.
-¿Tiene que entrar entero?
-Hasta la cuerdita.
-Pues no cabe.
-Empuja con los dedos
¿Eins? Tenía que meterme los dedos? Eso debía ser pecado como poco.
Lo saqué medio deshilachado y volví a empezar. Bajo mis pies había ya un charco de sudor. Y me templaban hasta las canillas.
Venga Cris, tú puedes. No serás moderna, pero eres la prima mayor, la primera que fuiste capaz de hacerte la permanente con 14 años. ¿No vas a ser capaz de meterte esta cosa?
Lo volví a intentar. Mi vagina se reveló y se contrajo todo lo que pudo, pero conseguí, a la fuerza, que el tampón entrara y sólo quedara fuera la susodicha cuerdita.
-¿Se tiene que notar?
-No
-Cagüen...😓
-Tranqui tronca (eran los 80`s). Según te vayas moviendo se irá acoplando solo.
Nasti de plasti. Aquello no sólo no se acopló, sino que se iba saliendo en cada paso y comenzó a hacerme daño. Además, no estaba nada segura de que mi menstruación no fuera a ser evidente, porque no me fiaba ni un pelo de la absorción de aquel rollito de celulosa.
-Oye, esto molesta de cojones.
-Pues te lo has puesto mal.
-Pero.. ¿hay posibilidad de ponérselo de algún otro modo? Porque lo único que he hecho es meterlo por el agujero.
-Que sí...que si te pones nerviosa la entrada se cierra y no entra hasta dentro.
-¡¡Joder nerviosa!! Atacada dirás. Y qué hago?.
-Sácalo y ponte otro.
Cinco. Me puse cinco. Hasta que comprendí que debía ser una estrecha y que aquello no estaba hecho para las de provincias. Y volví a mi compresa de toda la vida. Sin alas ni nada, que todavía no se llevaban.
Como en Madrid, las modernas lo comentaban todo, porque era de paletas reprimirse y no hablar abiertamente de tu regla, en diez minutos todas las chichas del grupo sabían de mi traumática experiencia.
Así que mi fracaso fue vox pópuli, y yo no sabía dónde meterme.
Decidí darle una segunda oportunidad.
Supuse que mi problema había sido la postura. No tenía las piernas suficientemente abiertas como para facilitar la entrada del tampón, así que os imaginaréis el despatarre al que me sometí en aquel segundo intento.
Y fue mejor. Respiré profundo e intenté no ponerme nerviosa, cosa que no conseguí, pero parece ser que mi vagina reconoció al ente extraño y no puso tanta resistencia.
Aún así, seguía notándose. Eso de que tenías que ir como si no llevaras nada era una trola. Pero yo jamás lo reconocí. Antes morir que perder la vida.
Como ya os he dicho, mi regla era de órdago a la grande, así que un tampón regular no me duraba ni dos horas. Eso supuso que cada 120 minutos tenía que irme a un servicio suficientemente amplio como para poder despatarrarme, suficientemente limpio como para que mi despatarre no supusiera ningún problema higiénico-sanitario, suficientemente luminoso como para que pudiera ver por el espejito e insuficientemente concurrido como para que pudiera estar quince minutos, que era mi récord en cambio de tampón.
Además de los cinco kilos que bajé de las sudadas que me agarraba en cada puesta.
Mi prima, "la moderna", me recomendó un tampón súper, para que así me durara más tiempo y no tuviera que repetir mi calvario tan frecuentemente, pero es que el artilugio parecía un misil y sólo de pensar en meterme semejante tamaño de tampón me provocaba mareos.
Tardé meses en acostumbrarme del todo. Y en probar los más grandes. Lo reconozco. Pero lo hice. Perseveré y tiré muchos de ellos a la basura, hasta que le cogí el truquillo.
Y tanto me acostumbré que empecé a usarlos hasta por la noche, y lo sigo haciendo, que todavía soy joven 😊😊
No he comprado una compresa (que ahora sí tienen alas y son como un folleto de extrafinas) desde hace más de 20 años.
Y reconozco que es el mejor invento del siglo XX, al menos para las mujeres. Nos permitió ir a la playa y bañarnos (que no, que no se corta la regla por eso) y llevar leggins, pitillos o falditas cortas sin temor a que se notara y a que nos mancháramos.
Por ello, a pesar de los pesares, de los sudores y del miedo, siempre y cuando digo siempre digo siempre, recomendaré a las jovencitas utilizarlos.
Y la que prefiera la copa monstruosa esa, pues allá plines. Creo que, mi prima, "la moderna", la usa y está encantada. Yo es que estoy muy mayor para volver a empezar con el espejito y los sudores...
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