Eso realmente no es ninguna novedad, pero sí es un factor condicionante de lo que me pasó y me dispongo a contaros.
Bajaba yo, rauda y veloz con mi vestido minifaldero, acorde con el veraniego día, y mis chanclas monísimas de la muerte.
Iba con el tiempo justo, para variar, porque tenía que coger sí o sí el siguiente metro, así que bajaba las escaleras con paso ligero.
Llevaba las manos ocupadas, con el bolso, la cartera, la tarjeta del metro y además una bolsita con mi almuerzo mañanero, que, como es habitual, se pasea ida y vuelta todos los días en espera de que alguna mañana tenga tiempo, de verdad, y me lo coma.
Fue entonces cuando me caí por las escaleras del metro.
En realidad, el término correcto sería " me despatarré".
Sí, realmente no fue una caída, si no que me quedé colgando, entre varios escalones, con las piernas abiertas en una postura poco formal, la minifalda fuera de su ámbito habitual y los brazos a su libre albedrío.
Por supuesto no solté ni el bolso, ni la cartera, ni la tarjeta, ni la bolsita,.., antes morir que perder la vida,... con lo que recuperar la compostura se tornaba harto difícil.
Me hice un daño incomensurable en un tobillo, y las lágrimas brotaron como si de un dibujo japonés se tratara, mientras intentaba bajar la falda hasta una altura aceptable y procuraba, no sin esfuerzo, ponerme de pié.
Lo peor de todo este asunto es que el andén estaba lleno, hasta los topes, y nadie, y cuando digo nadie, es nadie, se dignó ni siquiera a mirar si me había matado, o si me había abierto la cabeza y se me estaba desparramando el cerebelo.
NADIE, lo juro.
Podría haber varias hipótesis que explicaran este hecho.
- Una, que la gente es mala. Y les da igual si me he matado, mientras eso no haga que retrasen el metro y trastoquen sus planes. Es bastante probable.
- Dos, que habida cuanta de la pinta con la que me quedé colgando en las escaleras, la discreción se hubiera impuesto y no quisieran hacerme sentir más vergüenza de la que yo solita ya sentía. Poco probable.
- Y Tres, que nadie quisiera arriesgarse a perder la posición en el andén, lo que a ciertas horas significa un drama de dimensiones descomunales. Lo más probable.
Y es que en las horas punta, cada persona que ves en el andén, aunque tengan cara de despiste, sabe perfectamente dónde está colocado y por qué, y hay todo un estudio milimétrico de en qué punto concreto se detiene el metro, para poder tener la puerta justo enfrente, entrar el primero y poder sentarse.
En honor a la verdad yo también tengo mi sitio, y si alguna vez alguien me lo quita, me dan ganas de empujarle a las vías, porque ir de pié hasta mi casa es insufrible, pero no creo que esa ansia superara mi humanidad, y estoy segura de que auxiliaría presta a una persona que se ha pegado semejante batacazo como el que yo me pegué.
En vista de que nadie iba venir a ayudarme, me sorbí los mocos y las lágrimas y me puse de pie, no sin dificultad, mientras sentía que mi pierna izquierda no respondía favorablemente.
Coloqué la falda, busqué la chancla, que apunto estuvo de desaparecer entre los escalones, metí la tarjeta en la cartera, ésta en el bolso y agarré la bolsita con mi almuerzo espachurrado.
Bajé cojeando las escaleras hasta el andén y me dirigí a mi sitio, el mío, el que defiendo hasta la muerte...y ahí estaba una señora que hacía como que no se había coscado de mi percance y protegía su posición con uñas y dientes.
Huelga decir que yo soy de las que me levando a dejar el sitio a las señoras mayores. Pero a las que son mayores de verdad. No a esas que corren como la vieja del visillo a coger sitio y cuando ven que lo han perdido hacen como que se desmayan....
No, esas tenían que estar permanentemente castigadas de pie, por tramposas, y por jugar con los sentimientos de la gente.
Bueno, pues aquella era de esas. Me miraba de soslayo y avanzaba un poco hacia el borde, como diciendo..., "no te voy a dejar ni de coña".
Desprovista de todo tipo de vergüenza, que había perdido en el despatarre anterior, me coloqué tan cerca de ella que nuestros hombros se tocaban, e hice aspavientos sobre el dolor insufrible que tenía en el tobillo.
El metro se acercaba.
Y paró, ya os he dicho que estaba muy medido, con la puerta justo enfrente de las dos.
Yo alcé el brazo inmediatamente con el objetivo de darle al botón de abrir, ya que existe una regla no escrita que dice que quien le da al botón es que puede acceder primero.
La señora hizo algo como: "Grrrrrrr...." que yo interpreté como un improperio hacia mi persona, pero obviamente no tenía tiempo de contestarla y me concentré en mi misión.
La puerta se abrió y yo accedí la primera haciendo gala de una cojera hiper exagerada, hasta que logré sentarme en un asiento en la ventana y en sentido de la marcha.
¡¡¡Ole y ole!!!! Objetivo cumplido!!!!
En ese momento se me olvidó por completo que había enseñado el tanga a toda la estación de Abando en Bilbao, que tenía un esguince grado tres, y que los chorretones de las lágrimas delataban mi penoso estado.
Había vencido en mi búsqueda de asiento, y me había vengado de aquellos que no me socorrieron para no perder el suyo!!!
Lo cortés no quita lo valiente...y si la señora se hubiera quedado de pie, seguramente le habría cedido mi asiento...soy así de tonta, pero por suerte ella también consiguió sentarse y todos nos dispusimos a irnos a nuestras casa tan contentos.
Moraleja:
Si vas con prisa no lleves chanclas.
Si llevas chanclas no corras en el metro
Y si corres en el metro.......NO!!!, en el metro no corras jamás, y menos si está ya en el andén con las puertas abiertas y tentándote: entra...entra....entra...
Lo más probable es que se te cierren las puertas en las narices, ... o te pille el bolso...o te quedes en el medio haciendo un ridículo del que no te repondrás tan fácilmente.
Lo sé por una amiga......
Hala, ahí os los dejo.
No se me va a olvidar...os tengo fichados......
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