El otro día tenía que devolver una muleta que me habían prestado.
Bueno no a mí, sino a mi churri, que se creyó que podía seguir jugando al fútbol como si tuviera veinte, pero con cuarenta, cosa por otra parte muy habitual en los hombres de cierta edad, y se hizo una genial avería en el gemelo, que le ha retirado, espero que de por vida, de los terrenos de juego ( esos artificiales, que ni es hierba ni es nada, y que llegas a casa con medio campo de plástico en las zapatillas , que no hay manera de quitar y te pasas una semana sacudiendo las zapatillas por la ventana, con la consecuente protesta de tus vecinos, que les dejas la repisa de la suya llena de pelillos verdes).
No es que espere que mi marido se quede el pobre algo resentido de una pierna para siempre, pero si con esto aprende la lección y hace algún deporte más acorde con los tiempos en que vivimos ( como el futbolín, por ejemplo) pues mucho mejor para todos.
Lo malo es que los otros nueve que jugaban con él, ( ocho si no contamos al que se hizo un esguince minutos antes de que el mío se lesionara, y que tendrá a su vez una mujer escribiendo en un blog, para cagarse en la maravillosa idea de jugar al fútbol en un campo de plastiquillo), como digo, esos otros ocho no se han coscado de nada y van a seguir jugando hasta que uno a uno se vayan desgraciando alguna parte de su cuerpo, y un día de pronto sólo se presentará uno a jugar porque el resto estará en su casa escayolado de la susodicha parte.
Y lo peor de todo es que estos hombretones, que por supuesto tienen derecho a irse a jugar todos los lunes a las ocho de la tarde, en vez de bañar a los niños y hacerles la cena, y acostarlos, porque es su afición y sus mujerucas no pueden cortarles las alas, porque sería una tremenda injusticia, estos hombres, digo, no se dan cuenta de que no es sólo que se rompan algo de su cuerpo, que les duele a ellos y ya está, sino que además las mujeres esas tan malas que se han mosqueado porque se fueron a jugar al fútbol, después tendrán que darles friegas con alcohol, vendarles la pierna, ponerles una bolsa de plástico para que se puedan duchar sin mojarse, ponerles hielo cada quince minutos, traerles el ibuprofeno, y el alken, y la mantita, y hacerles la cena, y agenciarse como puedan y sin tardar una o dos muletas, y llevar, traer, volver a llevar, y volver a traer a los niños, a ellos y al sunsun corda que también se ha apuntado al lío.
Y sin acritud, porque sino nos van a acusar de ser malas personas y no entender su dolor.
Bueno, pues como iba contando antes de que me hirviera la sangre, el otro día tenía que devolver la dichosa muleta, y me fui con ella al metro.
Al llegar al andén, vi que estaba hasta la bandera de gente, porque el anterior llevaba retraso.
Oh¡¡ Voy a tener que ir hasta Bilbao de pié y eso me marea mogollón.
De pronto me percaté de que llevaba la muleta, y por suerte iba calzada con zapatillas de deporte ( porque si hubiera llevado taconazos habría abortado el plan, of course), así que me la calcé y con una cara de dolor que te cagas, me fui arrastrando hacia el andén procurando que se me viera bien.
Llegó el tren, y por supuesto venía hasta arriba, así que entré cojeando y mirando hacia el fondo con cara de uf¡¡ qué de gente, a ver si había suerte.
Se levantó una señora mayor a dejarme sitio, pero me dio vergüenza torera y le dije que no. Pero un poco más allá se levantó un joven vestido de rapero, porque el señor de al lado le miró como para asesinarle, y entonces pensé: ¡qué cojones, me voy a sentar¡
Puse todas las caras de dolor que se me ocurrieron mientras llegaba al asiento y por fin me senté.
El señor que había mirado con mala cara al joven me miraba también a mí con cara de pena, y yo empecé a intentar recordar cuál había sido el diagnóstico exacto de mi marido por si me preguntaba.
Pero sólo dijo: Qué, vaya mala pata eh?
De lo cual me alegré bastante.
Pasó un rato y llegué a mi parada.
Ya se me había olvidado por completo que yo en ese momento era coja, por lo cual me levanté tan pancha con la muleta en la mano, y me dispuse a salir del tren.
Entonces me dí cuenta de que el señor también se había levantado y salía a la vez que yo, así que rápidamente volví a colocar la muleta bien y empecé a cojear, esperando que el señor no se hubiera dado cuenta de cómo me había levantado.
No, parecía no haberse dado cuenta. Pero se dirigía hacia la misma salida que yo, así que tuve que ir arrastrándome hasta las escaleras y tardé un cuarto de hora en salir a la calle.
Un vez allí, comprobé con horror que el señor llevaba la misma dirección que yo, así que tuve que continuar cojeando, hasta que me senté en un banco a "descansar del esfuerzo" y el señor se alejó, por fin.
Jo, qué sudada me cogí con la dichosa actuación.
Moraleja:
No merece la pena hacer el panoli, porque se coge antes a un mentiroso que a un cojo.
Estoy muy arrepentida, no lo haré más. Aunque sentarme un día por la cara, me compensa de todas aquellas veces que embarazada de mis dos hijos (no a la vez, primero uno y después el otro) nadie, y cuando digo nadie es nadie, me dejó sentarme ni en el metro, ni en el autobús.
Es triste pero cierto como la vida misma.
Así que si veis a alguien con una muleta en el tren, no os fiéis. Puede estar fingiendo, aunque tenga un aspecto tan adorable como el mío......
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