La de mi niño, para más INRI.
El día comienza bien. El niño se despierta pronto, nervioso, como es de esperar y va inmediatamente a ver qué tiempo hace.
-¡Mamá, hace sol!
Qué raro, dijeron que podía llover a primera hora y luego mejoraría. Qué significa esto? Que va a llover justo cuando vayamos a la iglesia? O que como es habitual, los del tiempo no dan una y va a hacer un día cojonudo?
Pues, sorpresa, sorpresa, ni idea.
No importa, es la comunión de mi peque y todo va a salir bien, llueva o no.
Tenemos tiempo, desayunamos tranquilos, nos duchamos sin prisa, el tupé del niño, las planchas de mamá, todos en ropa interior hasta el último momento para no sudar...vamos, lo habitual. O no?
Son las doce, falta una hora, vamos a empezar a vestirnos...
¿Qué es eso? El timbre, una visita. Pese a las peticiones explícitas e implícitas de que no viniera nadie antes de la iglesia porque era un poco lío, (en realidad un lío de cojones), siempre hay alguien que no escucha, o bien le da igual.
Vale, les recibo en bragas, literal, no es un decir.
-Hola, hola, yo no os puedo atender que no estoy visible
-No importa, tú a lo tuyo.
Vale, el niño ya está. Se queda con la visita, le dan los regalazos...todo va bien.
Salimos a la iglesia. Andando, porque está cerquita. Demasiado pronto para mi marido, yo soy una histérica, siempre voy demasiado temprano. La iglesia es pequeña, es para que los abuelos tengan sitio cerca. Da igual, soy una histérica.
Estamos en la iglesia, no hay nadie. Hemos llegado pronto, ¡ah!¡ no! ya está mi madre , claro, es igual que yo, otra histérica.
Van llegando los niños y sus familias. De la mía falta tres. Los que estuvieron ayer en Madrid en la final de copa. ¿llegarán?, y lo más importante...¿estarán de cuerpo entero?
Llega el primero, mi padre, está entero, bien. Llega el segundo, mi cuñado, con su dos niños, también está entero. Falta uno, mi hermano. Ese, fijo que no está ni entero ni a cachos, pero llegará, eso espero.
Es el cura el que llega tarde, para variar.
Ya está todo preparado, van a salir los niños.
La señora del micrófono, una que no sabemos si la han puesto ahí o se ha puesto sola, decide empezar a cantar antes de que el del órgano le dé el tono. Acertara? No, of course.
Se masca la tragedia.
Vienen con alegría Señor, cantando vienen....
Cada uno en un tono, desastroso. Al del órgano se le pasa la canción intentado coger la nota de la maestra de ceremonias. Imposible.
Salen los niños, en fila de a dos. Qué monos. Qué distintos. Que pintorescos. La primera niña va de princesa, su acompañante en vaqueros. Hay almirantes, grumetes, marineros de primera, alguno en bermudas y novias, princesas y una con un vestido de encaje difícil de clasificar.
En la variedad está el gusto, dicen.
Comienza la ceremonia, los niños salen a leer, los padres también...todo marcha normal. No hay lecturas, sólo el evangelio. Nadie canta el Aleluya, la del micrófono se ha despistado. Casi mejor.
Sermón del cura. Pretende que los niños hayan escuchado algo de lo que ha dicho...qué feliz, si no me he enterado ni yo¡¡¡. Pero sí, alguno responde, va bien la cosa.
Seguimos, no hay credo, ¡vaya! para una cosa que los pobres críos habían ensayado....
Las ofrendas, ahí sale el mío, qué mono, qué bien lee. El mejor de todos, y el marinero más elegante, sin florituras, pero tampoco grumetillo. El clásico.
¡¡Oso ondo pichín!!! le guiño el ojo.
Seguimos, salen todos los niños al altar para cantar el Gure Aita (el padre nuestro, para los foráneos). En ese no hay forma de confundirse, es imposible cantarlo mal. Excepto la del micrófono, que tiene un master en destrozar el cancionero.
Después va la paz (por cierto el santo se lo han jamado también, y la maestra de ceremonias intenta meterlo de rondón en algún hueco, hasta que el cura le dice que lo deje estar). Pero...
Un niño se está balanceando, al lado del mío. ¿Qué hace?
¡¡¡Se va a desmayar!!! Salgo del banco, sin pensar en mis tacones lejanos, y en la minifalda peligrosísima que llevo y me lanzo a coger al vuelo al niño antes de que se abra la cabeza.
¡¡¡Menos mal!!! pobre, está pálido como la pared. Que se siente, mejor. Le van a dar una coca-cola.
La misa sigue. Van a comulgar. Es también el momento del fotógrafo, que no tiene más que una oportunidad para sacar una foto a cada niño, a poder ser sin que tenga la lengua fuera, o esté poniendo cara de asco intentando tragar.
El mío va el primero. Qué mono. No pone cara rara. Me mira de reojo. Ya está. Es importante para él. Es su momento. No lloro. Estoy feliz.
Ahora va el resto. El del órgano se apresura en dar el tono para evitar el estropicio, pero la del micrófono va por libre y la Espiga dorada bajo el sol, se torna en una catástrofe de dimensiones descomunales. Dos familiares míos se afanan en cantar lo más alto posible en el tono adecuado, a ver si se arregla el desaguisado, pero es demasiado tarde. Jamás he escuchado una canción en tantos tonos diferentes.
¡¡Qué horror!!. La del micrófono lo ha dado todo y ahora se parece a Joaquín Sabina, pero se mantiene interpérrita en su empeño por entrar en el Guinness World Records.
Mi marido y yo no podemos de la risa. La señora me está mirando y me hace una seña. ¿Me habrá visto reirme? ¡Ah!¡no! ¡¡¡Que nos toca leer!!! Con la risa se nos había ido el santo al cielo¡¡¡
Salimos al estrado, digo al altar. Qué monos, leemos estupendamente, los mejores, y los más guapos, sin duda.
Termina la ceremonia. Sólo queda la despedida a la virgen. ¡¡¡Begoñako Andramari!!! Otro clásico. Las canciones estaban puestas a propósito para que no hubiera confusión. Es difícil cagarla, pero ya no espero nada. En efecto, la del micro, lo consigue. La pobre virgen de Begoña me parece que pone cara de pena. El cura nos despide a toda velocidad, para ver si termina cuanto antes la peor misa de la historia, y está pensando: -Menos mal que no he dejado grabar vídeos. Si me sacan en You Tube me echan de cura, fijo. La gente sale cagando leches para poder criticar a gusto a la concertista que nos ha dado la mañana.
Entonces el fotógrafo decide que es su momento y pone a todos los niños, menos el desmayado, el pobre, que aún no se ha repuesto, en las escaleras del altar. Todos, los de mayor y menos rango, los almirantes a la derecha y los rasos a la izquierda, princesas delante y la novia con velo detrás por favor que me tapa al del pantalón corto, que es bajito (yo no le hubiera puesto en primera fila, porque las canillas le desmerecen un poco al muchacho, pero en fin). Algunos, como el mío, parecen sacados del futbolín, con las piernas abiertas 45 grados, y otros parece que pasaban por allí, y no tienen pinta de acabar de hacer la comunión. Lo dicho. Muy pintorescos.
Miro a ver si encuentro al tercero que me faltaba. Mi hermano. Sí está. Lo de cuerpo entero es un eufemismo, y está apoyado contra la pared, con sudores fríos y más blanco que el niño desmayado. Pero está. Y se lo agradezco.
El resto del día fue tan normal, tan feliz y tan agradable, que no tiene gracia contarlo. Lo que merecía la pena era contaros el previo y la ceremonia.
Menos mal que la catequista dijo que ella prefería no cantar, que lo hacía fatal. Fue entonces cuando la otra debió decir: -ya canto yo, que en el colegio me decían las monjas que tenía un oído privilegiado.
Manda cojones. Que Dios le conserve la vista, porque lo que es la oreja......
No hay comentarios:
Publicar un comentario