El otro día tuve una boda.
LA BODA
Era una de esas bodas que te hacen especial ilusión porque son unos amigos a los que quieres mucho, a los que la vida trató mal, y que el destino ha dado una segunda oportunidad, y ellos, que son valientes, se han lanzado a vivir ese nuevo chance y como se lo merecen van a ser felices, y comerán perdices, fijo, y escabechadas que son mejores.
Yo, como cualquier mujer invitada a una boda, me curré con esmero los preparativos y tenía con mucha antelación previsto el vestido, los complementos y of course, los zapatos, que estuve un mes usándolos para pasar la aspiradora, a lo Freddy Mercury, para ablandarlos, cosa que, os advierto, no funciona en absoluto.
Me hice la manicura, pedicura y bigotuda y tenía como no, el pelo perfecto.
Lo que no tenía previsto, claro está, es el grano que me salió la noche anterior en la mejilla.
En realidad no era un grano. Era EL GRANO, por antonomasia, el indestructible, irreducible, inconmensurable y de ninguna manera disimulable.
Así que presa del pánico me pasé la noche entera luchando contra los elementos, hasta que bien entrada la madrugada me dí por vencida.
El día de la boda, me vestí con mi vestido perfecto, mis uñas perfectas, mis complementos perfectos, y dudé mucho si ponerme la flor, en vez de en el pelo, en el papo, para disimular al intruso que seguía allí, impertérrito, pero al final opté por bajarme el escote, para así intentar desviar las miradas a lugares más interesantes.
No sé si lo logré, pero decidí no pensar más en el asunto ( hasta que mi padre nada más verme me lo recordó, qué oportuno) y centrarme en pasármelo bien, que era a lo que había ido.
En la puerta de la iglesia todo eran nervios. Sobre todo una señorita que daba órdenes a diestro y siniestro, como una pila automática, y que era la hermana de la novia. A la pobre le habían encargado que todo el mundo estuviera dentro cuando llegara la novia, y no sé si llevaba pinganillo, pero de repente le debieron avisar que se acercaba, y se puso a dar voces:
-Todos dentroooo¡¡ Inmediatamenteeee¡¡ A la iglesiaaaa¡¡¡ yaaaaa¡¡¡¡
Como para no hacerla caso. Todos corrimos dentro del templo y esperamos a que apareciera la flamante novia.
Estaba realmente flamante, moderna y preciosa, y su padre, nervioso también, como la hija mayor, ( la de las órdenes) puso el turbo y cruzó el pasillo como una "exclamación".
El novio sudaba profusamente y tenía cara de:
- Qué guapa está mi chica, y
- en Las Vegas todo hubiera sido mucho más sencillo, además de:
- Que acabe pronto que necesito un txakolí.....
El cura, todo hay que decirlo, se portó, y además de ser suficientemente breve, sin llegar al teletexto, nos permitió estar casi todo el rato sentados, en honor a los juanetes de las señoras encaramadas a sus zapatronchos, así que la ceremonia se terció bonita y agradable.
A la salida allí estaba de nuevo la señorita de las órdenes dirigiendo al personal:
- Poneros todos a este ladoooo, el arroz hacia la derechaaaaa, no allí nooooo, que están los bailarinessssss y se van a abrir la cabeza como se resbalennnnnnn¡¡¡¡¡¡¡
Y tenía razón, porque esperando a los novios estaban unos amigos de la pareja, también nerviosos a morir y a su vez sudando en demasía, que como regalo le habían preparado unos bailes típicos regionales, con su txistu y tamboril incluido.
Lo curioso del tema es que no eran bailarines ni txistularis en absoluto, así que tuvo mucho mérito que se marcaran un aurresku o similar y que encima lo hicieron muy bien ( y no se partieron la crisma porque somos muy obedientes y el arroz lo lanzamos hacia el otro lado)
El novio soltó alguna lagrimita, no sé si por la vergüenza ajena o porque realmente no se lo esperaba, y en serio, de verdad, fue muy bonito.
A continuación llegó el cóctel, estupendo y en cantidad suficiente para no llegar a la comida con problemas de espacio, y el tema fotos con los amigos, parientes, y demás especies, en donde la hermana ejerció nuevamente y en la que los novios aguantaron estoicamente unas veinticinco mil fotos con la misma cara, sonriente y feliz, que no delataba en ningún momento que en realidad estaban pensando:
- ¿ Por qué nos nos habremos ido a Las Vegas?
El banquete fue apoteósico, en cantidad, calidad y en el tiempo, porque estuvimos comiendo unas cuatro horas, sin solución de continuidad.
Las mujeres, entre plato y plato nos ausentábamos para ir al baño y acicalarnos y soltar algún juramento en hebreo por el dolor de pies, a esas horas ya insoportable, así que a las siete de la tarde aún estábamos de buen ver. Pero los hombres, que no se mueven de la mesa ( si no es para fumar) ni para hacer un pis en tres horas, entre plato y plato le daban al vino y casi todos acabaron con la corbata a lo Rambo y un equilibrio lamentable ( que no comprobaron hasta incorporarse para el baile).
¡Ah¡ ¡el baile¡
Los señores que se habían quitado la chaqueta estaban asados de calor y los que no se la habían quitado estaban a punto de una lipotimia. Y los que se la quitaron en ese momento, para no desmayarse, comprobaron que la camisa era ya transparente y que casi era mejor la opción de la lipotimia.
Las señoras, de pronto, se redujeron todas en un palmo, porque los tacones de vértigo se convirtieron en taconucos, más acordes a la estatura real de las damas y al nivel del pedo que llevaban a esas horas.
He de agradecer, muy profundamente, la ausencia de Paquito el Chocolatero en el repertorio del baile, así como de el de Booooooombaaaaa, que me ponen de los nervios.
Así todo fue divertido comprobar como algunos bailan igual el " Pili ganará" que el "Follow de lider" que "Danza Curulo" y cómo por la noche todos los gatos son pardos y no hay nada más divertido que pasar un rato con tu amigo el Gintonic y en compañía de buena gente.
Incluida la super hermana de la novia, que ya relajada y sin obligaciones, se lo pasó pipa porque es una bailonga oficial.
Después del baile, había otra fiesta en otro sitio, para los valientes que aún no hubieran perdido el conocimiento y que querían un fin de fiesta como Dios manda, cantando a gritos "Melancolía" de Camilo Sexto. Las cosas o se hacen bien o no se hacen.
Y así fue. Los hombres comenzaron a hacer exaltación de la amistad, tanto con los amigos como con los completamente desconocidos, dándose palmadas en el pecho y señalando al otro con cara de :
-Te quiero tío
- Me too¡¡¡
Y las mujeres, a la altura del betún, porque estábamos ya en chanclas y con la pestaña postiza a la remanguillé, y demasiado cansadas para retocar nada de nada.
Así, a las tantas de la madrugada, con los novios aguantando heroicamente y las fuerzas al límite, terminó una jornada memorable, inolvidable y para enmarcar en un rincón del alma, para que cuando las penas nos acechen sacar su recuerdo y decirnos a nosotros mismos:
-Eh¡ yo estuve allí¡¡
Gracias Itxaro y Joxean.
Fue, sencillamente.............LA BODA
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